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Reflexión en tiempos de Coronavirus:
La felicidad es cuestión de mpetodos
Por: Sofía Coley
“Aquellos que quieren cantar siempre encuentran una canción”-dice un proverbio sueco.Y así como el que canta encuentra la canción perfecta, el que realmente siente desde sus entrañas que quiere hacer de su vida una más feliz, encuentra la mejor manera para hacerlo. Ser feliz, a mi modo de ver, no se estudia. Ser feliz se vive y se siente, pero más importante aún, se busca y se encuentra.
Decía Aristóteles que “la felicidad es la finalidad última de la existencia humana”, pero ese fin último no deberíamos esperar por encontrarlo al final de nuestro camino cuando ya no nos queda suficiente tiempo en el plano terrenal, antes debemos dedicar nuestra vida a construir ese propósito. Para Aristóteles el término Eudaimonía es la culminación de un proceso que se va construyendo, haciendo actividades virtuosas con miras hacia la perfección pues “solo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego”. Se trata de vivirlo desde el alma, no desde el placer. Aquella actividad que te lleva más cerca de la perfección es la práctica de las virtudes, que se reflejan en el bienestar colectivo a partir del individual. Buscar la felicidad implica precisamente eso, aprender a vivir conmigo mismo y luego aprender a convivir, aprender que primero debo ser feliz yo para luego, como seres sociales, vivir con el otro, logrando acuerdos, estableciendo normas, y acatarlas diariamente, buscar juntos la manera de satisfacer nuestras necesidades y alcanzar nuestras metas.
Ahora bien,no a todos nos complace seguir normas y respetar acuerdos, quizá porque no hemos entendido que hacerlo nos llevará a un bien mayor. Cuando lo entendemos, aunque nos cueste, lo hacemos, y nuestra actitud, cambia. Ser verdaderamente feliz es producto de un gozo constante que se torna en el hábito de vivir en dicho estado. Es como el agujero que hace el pájaro carpintero en el tronco de un árbol. Con una vez que lo pique no hará nada, pero si constantemente lo picotea seguramente al final de un tiempo tendrá el hueco que desea. Así precisamente encontramos la felicidad, día a día haciendo actividades como ayudar al otro, ser justos, amar a los demás y respetarlos en su esencia como seres humanos.
Decía Nathaniel Hawthorne que “la felicidad es como una pequeña mariposa, cuánto más la persigues, más te eludirá. Pero si vuelves tu atención a otras cosas, vendrá y suavemente se posará sobre tu hombro”. Y es precisamente así como no deberíamos aspirar a ser felices. Debe ser una decisión y no un golpe de suerte, una elección de vida que si entendemos el bien que hará en la sociedad, seguramente lucharemos incansablemente por ser felices.
Nuestra felicidad depende de la felicidad del otro, porque como bien decía Aristóteles, somos seres sociales. Pero, primero debemos empezar por la felicidad individual, así construiremos una sociedad feliz a partir de individuos felices. Tenemos, ciertamente, una corresponsabilidad. Una sociedad feliz no depende de que una persona lo sea. Esa felicidad colectiva está sometida a la felicidad individual, a que todos lo seamos verdaderamente. En esta situación, que parece sacada de ciencia ficción y que no imaginamos jamás, nos encontramos confinados con personas con las que hemos vivido toda la vida, pero nunca convivido; y tenemos dos opciones: me amargo, amargo a todos en mi casa y vivimos un tiempo bastante incómodo, o hago el esfuerzo por pasar un tiempo ameno, intento ser mi mejor versión durante este tiempo adverso y decido convivimos en un espacio un poco más agradable. Me esfuerzo por entender que todos estamos agobiados, luego me fortalezco en la práctica de las virtudes y ayudo, de forma indirecta, a salir al otro de un posible estado de desesperación en medio del encierro. Decía la psicóloga clínica de la Universidad de Santiago de Chile, experta en felicidad, Mónica López que hallar la felicidad consiste en ir tomando día a día pequeñas decisiones que se traducen en acciones para vivir más feliz. Tal cual como decía Aristóteles cuando relacionaba la Eudaimonía con el areté. Con el acto repetitivo de ciertas acciones que nos llenan y nos van acercando poco a poco a ese tesoro. Una persona realmente feliz, en una circunstancia adversa como la que vivimos hoy, por ejemplo, ha cultivado con el tiempo esa felicidad por lo que nada lo turba pues su paz esel resultado de eso que ha cosechado no es una alegría efímera que viene con bienes materiales o circunstancias buenas de la vida para luego irse, sino una felicidad arraigada a su alma.
Si bien ser felices implica un largo camino de forjar hábitos en nosotros y de cierta forma interiorizar la empatía para entender que de mi felicidad dependen otras personas, es indispensable que todo ese largo camino para ser felices empiece por nosotros mismos, luego exteriorizarlo y compartirlo en una sociedad justa, constituida por seres virtuosos que entendieron que decidir ser felices empieza ahora, a la edad que sea. Lo importante es no abandonar este mundo sin haber saboreado la verdadera felicidad.Y, como decía García Márquez, “no hay medicina que cure lo que no cura la felicidad”, sé feliz y cura todos tus males.